Fiction: El mito de Agüebaye y Eusebia

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★★★

Al principio, Dios miró al mundo y dio cuenta que, en el medio del vasto mar, que a él había bendecido como bueno, existió un agujero que agarraba todo el agua alrededor, hasta las rocas y coral del fondo del mar, hasta los volcanes que estaban construyendo las islas Antillanas, todo era absorbido por el agujero, y el balance del mundo fue interrumpido. Huracanes más grandes que habían visto antes o después, formaron sobre los cuatro puntos del mundo, arrancando la flora y la fauna de los nuevos continentes, desplazando animales grandes y pequeños. A ver esta destrucción, Dios decidió llenar el agujero con una roca hecho por todo el material que ya había sido consumido por ello. Construyó montañas volcánicas que llenaron las profundidades, y en la lava todos los corales, rocas del mar, los huesos de los animales extranjeros, y las raíces, troncos y hojas de plantas, se moldearon por el líquido, hasta que se formaron una tierra. Los huracanes siguieron por tres días, llevando ranas, lagartijos, iguanas, jueyes, y peces. Cuando la isla y sus ríos y costa fueron llenada, un balance en la atmósfera fue restaurado.

Cuando la tierra enfriaba, Dios decidió a poner un dueño sobre de ella para cultivar y cosechar la isla. Lo creó, de los huesos de coquíes, una criatura, medio humano, medio dios, con ojos de coquí, y cuerpo de un asno, pero con extremidades de ser humano. Después de muchas décadas, la criatura, quien se llamó Agüebaye, cultivaba toda la tierra, hasta el punto que no fue posible por sola una criatura a atender la cosecha. Así, Dios creó, de tres gaviotas y una tortuga, una criatura femenina, quien se llamó Eusebia. Ella tuvo un cuerpo ligero, con mucha gracia, pero a la misma vez, fue tan fuerte como piedra. Eusebia ayudaba a Agüebaye con el mantenimiento de la isla, y después un buen rato, los dos se enamoraron, y concibieron dos hijos, los gemelos Yauco y Orocobix. Los hijos se alegría a sus padres, quienes dotaron en sus niños un amor tan bello como la tierra en que cultivaron. Cuando los hermanos tenían siete años, una sequía vino a la isla, y por dos años nada creció de la tierra, y Agüebaye se fue para encontrar comida para su familia.

En su viaje, Agüebaye conoció un pueblo de criminales y explotadores, y se convirtió en esclavo por esta gente extraña y cruel. Cuando escapó de su servidumbre, Agüebaye volvió para encontrar que la sequía había terminado un poquito rato después de su salida, y la familia había cambiado. Los niños ya eran adultos, y cultivaban con más eficacia que su padre, quien tuvo un cuerpo roto de su tiempo de sufrimiento. Su trabajo se convertía la isla a un paraíso más magnifico que Agüebaye pensara posible. Celoso del poder físico de sus niños y atormentado por el sentido de que no fue deseado por su familia ninguno más, Agüebaye mató y consumió a sus hijos. Asustado por el crimen, Eusebia encontró una cáscara del mar bien afilado y desentraño a su esposo. Agarró de sus intestinos los restos de sus hijos. Desafortunadamente, los restos fueron tan desfigurado que no pudieran ser revivido. Dios, a ver las acciones horrífico de su creación, otorgó a Eusebia la oportunidad por restaurar a sus hijos. Le dijo que, si los plantara en el punto más nordeste de la isla, que los heridos que sufrieron serían curados. Ahorita no, pero en diez generaciones, la gloria de su familia sería restaurada.

Así, en la colina designado por Dios, Eusebia plantó los restos de sus hijos, Yauco en el oeste y Orocovix en el medio. Y de sus restos crecieron dos árboles con troncos retorcidos con cicatrices sobre todas de sus ramas. De los árboles mutilados, crecieron frutas amargas y hojas secas. Pero Eusebia quedaba a su lado, orando a Dios para restaurar a su familia. Agüebaye, herido y avergonzado, se sentaba encima de El Yunque, para velar por el lío que había hecho.

Y con tiempo, las frutas amargas se cayeron de las ramas y sus semillas crecían nuevos árboles, de mejor calidad y con troncos más recto que los anteriores. Después, las ramas crecieron con menos y menos cicatrices, hasta la vega donde los árboles de Yauco y Orocovix fueron plantados se convirtieron en un bosque. Adentro del bosque mucha flora y fauna cubrió el suelo, y animales de todos tipos lo habitaron. Y el sol brillaba sobre hojas más y más verde, y de estas hojas crecieron flores de violeta y naranja. Hasta la décima generación, cuando los árboles nuevos levantaron de la tierra con troncos perfectamente rectos, y faltando cualquier tipo de cicatriz. En este momento, Eusebia se despertó de su estado de oraciones para ver la gloria que Dios le prometió. A mirar al bosque, ella lloró con lágrimas de alegría. Tocó los árboles de sus hijos y les dijo,

—De tu fruta amarga y vacía, nació un bosque dulce y llena de vida.

De su puesto encima de El Yunque, Agüebaye fijó al bosque con orgullo, y descendió la montaña para acercó a su esposa. Con ojos triste, la pido su perdón, pero a cambio de castigarle, le tomó a su cara en las manos y le dijo,

—Agüebaye, mi marido confundido, ¿no puedes ver lo que has hecho? Tu amor corrupto, violento y celoso se ha convertido en un gran bosque de vida y luz. El odio que te cegó ha sido borrado para mostrarte el amor que fue ocultado. La tierra te ha bendito otra vez. Dios te perdona, y yo te perdono también. Eres renacido, como esta isla, para tener la oportunidad a corregir lo que fue roto, para limpiar lo que fue sucio, y para llenar con amor donde quiera había odio. Así es el destino de nuestros descendientes.

Y con estas palabras, la pareja andaba, mano en mano, por la isla que encantaron.

 

Featured image: Chris Amelung/Flickr